¿Extremoduro gasta más batería de mi Ipod que, digamos, la banda sonora de El Arco? ¿A más ruido, más esfuerzo del aparato? ¿Debería utilizar mi única neurona para pensar en cosas más importantes?
Yo en principio diría que sí. ¿No os pasaba que cuando tenías un radiocassette a pilas con el típico pilotito rojo y en la canción sonaban golpes de batería el pilotito rojo se medio apagaba?
A más potencia de emisión de la señal, más gasto de batería. No es muchísimo más porque, a diferencia de cuando íbamos con el loro al hombro (y no con el telefonillo portátil diminuto en la mano, cuánto tienen que aprender los malotillos del metro de hoy día, endevé), el ipod no manda su señal hacia unos poderosos altavoces sino a la mierda de cosilla de los cascos, así que da un poco igual. Sobre todo si encima el ipod se recarga cuando lo enchufamos al ordenador para meterle musiquilla... Yo pocas cosas hay que cuide tan poco como la batería de mi ipó (así es como lo pronuncio yo, que viva Toledo). Llego a trabajar, y ni lo apago. Y de paso trabajo tranquilo sabiendo que en el bolsillo de un abrigo hay unos finlandeses idos de la pinza dando gritos y alaridos, pensamiento reconfortante donde los haya para las nueve (y media, que tiene pinta que voy a llegar tarde) de la puta mañana, que cantaban, o recitaban, o, bueno, decían los Le Punk.
Qué respuesta más larga me va a quedar, cagüenlaleche.
Sobre las risas y la estupidez, yo antes pensaba como tú. Hasta mitad de carrera de matemáticas. Entonces conocí a un tipo, el Iván (así, con el "el" siempre delante): Siempre se estaba riendo. SIEMPRE. Cuando le contabas un chiste, se reía dos veces: Primero de lo gracioso que le parecía cómo contabas el chiste y, ya cuando se cansaba de reír y lo pensaba un rato (pausa sonriente sin risa) del chiste en sí, que siempre le hacía gracia. Yo cuando lo conocí pensé que era un imbécil y lo odié con todo mi ser. Y luego era un encanto de chaval, y su maldita risa era contagiosa, y el muchacho era de todo menos tonto. Al fin, estando cerca suyo, terminaba uno viéndolo todo graciosísimo y pasándose el día muerto de risa. Qué grande, el Iván.
(Al fin su risa tenía otra explicación, al margen de su carácter risueño innato: Como Obelix, también el Iván de jovenzuelo tuvo una saturación de sustancia mágica que le produjo un efecto perpetuo, por lo visto)
Si sirve de alivio, no hay día en mi vida que no piense q estoy malgastando mis neuronas... pero en fin, quien tiene suficiente autoridad para decirme en que gastarlas o no? beso!!
4 comentarios:
Yo también me lo pregunto, mira tú...
Yo en principio diría que sí. ¿No os pasaba que cuando tenías un radiocassette a pilas con el típico pilotito rojo y en la canción sonaban golpes de batería el pilotito rojo se medio apagaba?
A más potencia de emisión de la señal, más gasto de batería. No es muchísimo más porque, a diferencia de cuando íbamos con el loro al hombro (y no con el telefonillo portátil diminuto en la mano, cuánto tienen que aprender los malotillos del metro de hoy día, endevé), el ipod no manda su señal hacia unos poderosos altavoces sino a la mierda de cosilla de los cascos, así que da un poco igual. Sobre todo si encima el ipod se recarga cuando lo enchufamos al ordenador para meterle musiquilla... Yo pocas cosas hay que cuide tan poco como la batería de mi ipó (así es como lo pronuncio yo, que viva Toledo). Llego a trabajar, y ni lo apago. Y de paso trabajo tranquilo sabiendo que en el bolsillo de un abrigo hay unos finlandeses idos de la pinza dando gritos y alaridos, pensamiento reconfortante donde los haya para las nueve (y media, que tiene pinta que voy a llegar tarde) de la puta mañana, que cantaban, o recitaban, o, bueno, decían los Le Punk.
Qué respuesta más larga me va a quedar, cagüenlaleche.
Sobre las risas y la estupidez, yo antes pensaba como tú. Hasta mitad de carrera de matemáticas. Entonces conocí a un tipo, el Iván (así, con el "el" siempre delante): Siempre se estaba riendo. SIEMPRE. Cuando le contabas un chiste, se reía dos veces: Primero de lo gracioso que le parecía cómo contabas el chiste y, ya cuando se cansaba de reír y lo pensaba un rato (pausa sonriente sin risa) del chiste en sí, que siempre le hacía gracia. Yo cuando lo conocí pensé que era un imbécil y lo odié con todo mi ser. Y luego era un encanto de chaval, y su maldita risa era contagiosa, y el muchacho era de todo menos tonto. Al fin, estando cerca suyo, terminaba uno viéndolo todo graciosísimo y pasándose el día muerto de risa. Qué grande, el Iván.
(Al fin su risa tenía otra explicación, al margen de su carácter risueño innato: Como Obelix, también el Iván de jovenzuelo tuvo una saturación de sustancia mágica que le produjo un efecto perpetuo, por lo visto)
Si sirve de alivio, no hay día en mi vida que no piense q estoy malgastando mis neuronas... pero en fin, quien tiene suficiente autoridad para decirme en que gastarlas o no?
beso!!
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