Los taxis son un servicio público. De toda la vida de Dios.
* Servicio Público: Actividad llevada a cabo por la Administración o, bajo un cierto control y regulación de ésta, por una organización, especializada o no, y destinada a satisfacer necesidades de la colectividad. (RAE)
Entonces, si partimos de esta premisa, ¿ALGUIEN ME PUEDE EXPLICAR POR QUÉ LOS TAXISTAS NOS VUELVEN LOCOS A LOS CIUDADANOS CON SUS ABSURDAS NORMAS INTERNAS (que nadie más que ellos conocen ni entienden) QUE CONVIERTEN SU ACTIVIDAD EN TODO LO CONTRARIO A UN SERVICIO, Y QUE HACE QUE SEAMOS NOSOTROS QUIENES ESTEMOS AL SERVICIO DE ELLOS?
Como muestra vale un botón (o dos):
1) Estación de Atocha. Llegas agotada, de madrugada, después de un viaje largo. Vas la parada de taxis. Allí esperan 30 ó 40 coches, y otros tantos clientes. En principio, no debería ser tan complicado colocar a cada cliente en un taxi. Con haber visto un par de capítulos de Barrio Sésamo debería bastar. Pues no.
Cuando te acercas con tu maleta de 20 kilos y otras tres bolsas enormes hasta el taxi más cercano, el señor taxista abre el maletero. Pero, simultáneamente, otros 4 ó 5 taxistas empiezan a gritar y a señalar otro(s) coche(s). Parece que ÉSE no es el taxi en el que te tienes que montar. Entonces, mueves como puedes el maletón y las bolsas y tratas de seguir las indicaciones de los otros taxistas. Pero resultan ser contradictorias. Y te pones a dar vueltas sobre ti misma, como si fueras RainMan, y entras en cortocircuito. Es muy tarde, estás muy cansada y sobre todo, HAY OTROS 30 CLIENTES en la cola. Hay clientes para todos, señores taxistas de los cojones.
2) Puerta del Sol. Mediodía. Voy cargada hasta los dientes de bolsas. Tengo quince minutos para llegar hasta mi casa, descargar, ducharme, comer algo y volver a salir. Levanto el brazo y paro un taxi. Me monto. De la nada, aparece un señor que se tira contra el capó del coche. Pienso que es un suicida. La crisis no perdona. Pero no. Atención. Es un taxista. Se ve que al otro lado de la plaza hay una parada de taxis, y las normas internas del gremio prohiben cargar clientes a menos de x metros de las paradas. Los ojos se me salen de las órbitas. No olviden que estoy DENTRO del taxi, y mis bolsas ya están DENTRO del maletero. Y sobre todo: no tengo tiempo. Pero el taxista suicida no se mueve del capó hasta que no me baje. Mi taxista asegura que es nuevo y que no conocía esa norma. Con un cabreo inenarrable, me bajo del coche y saco mis bolsas. Y me arrastro hasta la parada de los cojones.
Como muestra vale un botón (o dos):
1) Estación de Atocha. Llegas agotada, de madrugada, después de un viaje largo. Vas la parada de taxis. Allí esperan 30 ó 40 coches, y otros tantos clientes. En principio, no debería ser tan complicado colocar a cada cliente en un taxi. Con haber visto un par de capítulos de Barrio Sésamo debería bastar. Pues no.
Cuando te acercas con tu maleta de 20 kilos y otras tres bolsas enormes hasta el taxi más cercano, el señor taxista abre el maletero. Pero, simultáneamente, otros 4 ó 5 taxistas empiezan a gritar y a señalar otro(s) coche(s). Parece que ÉSE no es el taxi en el que te tienes que montar. Entonces, mueves como puedes el maletón y las bolsas y tratas de seguir las indicaciones de los otros taxistas. Pero resultan ser contradictorias. Y te pones a dar vueltas sobre ti misma, como si fueras RainMan, y entras en cortocircuito. Es muy tarde, estás muy cansada y sobre todo, HAY OTROS 30 CLIENTES en la cola. Hay clientes para todos, señores taxistas de los cojones.
2) Puerta del Sol. Mediodía. Voy cargada hasta los dientes de bolsas. Tengo quince minutos para llegar hasta mi casa, descargar, ducharme, comer algo y volver a salir. Levanto el brazo y paro un taxi. Me monto. De la nada, aparece un señor que se tira contra el capó del coche. Pienso que es un suicida. La crisis no perdona. Pero no. Atención. Es un taxista. Se ve que al otro lado de la plaza hay una parada de taxis, y las normas internas del gremio prohiben cargar clientes a menos de x metros de las paradas. Los ojos se me salen de las órbitas. No olviden que estoy DENTRO del taxi, y mis bolsas ya están DENTRO del maletero. Y sobre todo: no tengo tiempo. Pero el taxista suicida no se mueve del capó hasta que no me baje. Mi taxista asegura que es nuevo y que no conocía esa norma. Con un cabreo inenarrable, me bajo del coche y saco mis bolsas. Y me arrastro hasta la parada de los cojones.