Hoy me han llevado en uno de esos coches elegantes con cristales tintados, uno de ésos que parece que se inventaron para llevar sólo a políticos, de ésos que se diría que vienen con chófer de serie, de ésos en los que te sientas estirada automáticamente, y no te sale decir cagoenlaputa.
El señor conductor era un hombre encorbatado muy educado y afable. Pero sordo. El hombre estaba sordo.
Nada más poner el motor en marcha, ha empezado a sonar un pitido. Un biiip-biiip ligeramente molesto. "Vaya", le he dicho al afable conductor con la cortesía que el contexto exigía, "o usted o yo nos tenemos que poner el cinturón". "Naaa, no hace falta, señorita", me responde, "que vamos a ir despacito". El coche, que era de últimisísima generación, creo que ha entendido las palabras del conductor afable, porque se ha puesto a pitar más fuerte, más agudo, y más deprisa. Pero a él no parecía molestarle ni un poquito. A mí, en cambio, sí. Treinta segundos después, el pitido se ha duplicado en intensidad y velocidad, hasta convertirse en un biiiip contínuo corrosivo y completamente insoportable. El señor conductor afable, créanme que no les miento, no movía una ceja.
Por fin, cuando estaban a punto de sangrarme los tímpanos, el pitido se ha parado solo. "Aaaah", he pensado para mí, "que el pitido se acaba y ya está, vale, vale, ahora entiendo". PERO en ese preciso momento, me he dado cuenta de que la voz del GPS llevaba un buen rato repitiendo "Cuando pueda, gire a la derecha; en la siguiente, gire a la derecha; dé la vuelta cuando pueda". Con sutileza, he mirado de reojo el mapa en la macropantalla y me he dado cuenta de que el GPS nos estaba indicando que fuéramos en dirección contraria a nuestro destino. "Disculpe", le digo haciéndome la tonta, "¿estamos yendo a la calle Princesa, no?". El GPS seguía insistiendo "Cuando pueda, gire a la derecha; en la siguiente, gire a la derecha; dé la vuelta cuando pueda". El afable conductor sordo me resonde con amabilidad "Sí, señorita, sí. Es que este cacharro aún tiene puesta la dirección de su casa de usted, señorita, por eso nos dice que volvamos". "Ah, claro", respondo como si tuviera sentido. En ese preciso instante, mientras me esforzaba en entender por qué no apagaba el GPS de una puta vez si no lo estaba usando, con esa voz taladrándome la cabeza, he dado un bote cuando el pitido del cinturón ha empezado a sonar otra vez. Desde el principio.
Veinte minutos de trayecto: un total de siete veces ha sonado nuestro particular hit completo de PonteElCinturón y un total de 129 veces ha repetido la voz del GPS que demos la vuelta. Todo ello, bien condimentado con un sonido de fondo de la Cope. Y al afable conductor, máximo exponente de la ignorancia de las ventajas del progreso, no se le ha movido un pelo. Ha tenido suerte, mucha suerte, de que fuéramos en uno de esos coches elegantes de cristales tintados en los que no te sale decir ¡cagoenlaputa!
El señor conductor era un hombre encorbatado muy educado y afable. Pero sordo. El hombre estaba sordo.
Nada más poner el motor en marcha, ha empezado a sonar un pitido. Un biiip-biiip ligeramente molesto. "Vaya", le he dicho al afable conductor con la cortesía que el contexto exigía, "o usted o yo nos tenemos que poner el cinturón". "Naaa, no hace falta, señorita", me responde, "que vamos a ir despacito". El coche, que era de últimisísima generación, creo que ha entendido las palabras del conductor afable, porque se ha puesto a pitar más fuerte, más agudo, y más deprisa. Pero a él no parecía molestarle ni un poquito. A mí, en cambio, sí. Treinta segundos después, el pitido se ha duplicado en intensidad y velocidad, hasta convertirse en un biiiip contínuo corrosivo y completamente insoportable. El señor conductor afable, créanme que no les miento, no movía una ceja.
Por fin, cuando estaban a punto de sangrarme los tímpanos, el pitido se ha parado solo. "Aaaah", he pensado para mí, "que el pitido se acaba y ya está, vale, vale, ahora entiendo". PERO en ese preciso momento, me he dado cuenta de que la voz del GPS llevaba un buen rato repitiendo "Cuando pueda, gire a la derecha; en la siguiente, gire a la derecha; dé la vuelta cuando pueda". Con sutileza, he mirado de reojo el mapa en la macropantalla y me he dado cuenta de que el GPS nos estaba indicando que fuéramos en dirección contraria a nuestro destino. "Disculpe", le digo haciéndome la tonta, "¿estamos yendo a la calle Princesa, no?". El GPS seguía insistiendo "Cuando pueda, gire a la derecha; en la siguiente, gire a la derecha; dé la vuelta cuando pueda". El afable conductor sordo me resonde con amabilidad "Sí, señorita, sí. Es que este cacharro aún tiene puesta la dirección de su casa de usted, señorita, por eso nos dice que volvamos". "Ah, claro", respondo como si tuviera sentido. En ese preciso instante, mientras me esforzaba en entender por qué no apagaba el GPS de una puta vez si no lo estaba usando, con esa voz taladrándome la cabeza, he dado un bote cuando el pitido del cinturón ha empezado a sonar otra vez. Desde el principio.
Veinte minutos de trayecto: un total de siete veces ha sonado nuestro particular hit completo de PonteElCinturón y un total de 129 veces ha repetido la voz del GPS que demos la vuelta. Todo ello, bien condimentado con un sonido de fondo de la Cope. Y al afable conductor, máximo exponente de la ignorancia de las ventajas del progreso, no se le ha movido un pelo. Ha tenido suerte, mucha suerte, de que fuéramos en uno de esos coches elegantes de cristales tintados en los que no te sale decir ¡cagoenlaputa!
4 comentarios:
Jajaja, me encanta cómo lo cuentas...la verdad es que los GPS los carga el diablo y si te dice que vayas a la derecha por cojones tienes que girar a la derecha...
Nunca he montado en un coche de cristales tintados, debe ser lo más parecido a meterse en un autolavado y pensar: "yo los veo a ellos pero ellos no me ven a mi...¿cual de las 200 cosas sucias que se me pasan por la cabeza puedo hacer?".
Interesante documento, si, si.
Sín duda el peor sonido es el de la Cope, (por las mañanas más) no puedo, no puedo.
Esos conductores son en general bastante particulares... Yo una vez viajé con uno que además de chófer era agente inmobiliario clandestino y perpetraba sus operaciones al volante, y otro que solo sabía presumir de las celebrities a las que paseaba refiriéndose a ellas por sus iniciales, como en un programa de corazón, debido a las cláusulas de confidencialidad que le hacían firmar. Era imposible no entrar al trapo y ponerte a adivinar...
ais! que rabia da eso. y aún mas que pasen del cinturón. El coche de mi padre lo hace, y por pesadez me lo pongo, aunque solo esté entrando al garaje para aparcar...
:)
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