Ayer, volviendo a casa, pasé miedo. Son malos tiempos.
Iba por la calle Preciados que, curiosamente, siempre está semidesierta de madrugada, aunque las calles de al lado estén hasta la bandera. Hacía un frío de morirse y yo, venga a tiritar. Estaba reconcentrada en no tener frío (¿eso se puede? sí, se puede) cuando me crucé con un chico. Está mal esto de tener prejuicios, pero es que tenía buena pinta. Vamos, que no parecía un yonqui chungo. Era bastante guapete él. Y no se qué es lo que me dijo, pero era alguna broma que no acerté a entender, porque el castañeteo de mis dientes no me dejaba escuchar nada. Pero le sonreí, y seguí mi camino.
Cuando llegué a Sol, ya había gente. Mucha. Como siempre. De repente, me encuentro al guapete a mi lado. Ya había pasado un buen rato. Yo ya me había olvidado de él, ni que decir tiene. Pero se ve que él no, porque había decidido dar la vuelta y seguirme. ¿Estás sola?, me dice. Yo, lo primero, pensé que debía de ser ciego, porque a la vista estaba que sí, que estaba sola. Pero me inquietó mucho. Sonreí y aceleré el paso. Intenté desaparecer entre la gente, sin mirar atrás. Pero enseguida, me lo volví a encontrar al lado. Eres muy guapa. Sonó a amenaza. Me acojoné. El semáforo de peatones en rojo, y yo con el tío ése al lado. Crucé en plan temerario, y el tío detrás, siguiéndome a un paso de distancia. Y yo, ya a una manzana de casa, con la cabeza a mil por hora buscando alguna solución, porque este tipo se me metía en el portal, estaba claro.
Con el guapete en la chepa, me metí en la bocatería de abajo de casa, que tiene acceso al portal en la trastienda, y lo despisté.
Ustedes pensarán lo que les parezca. Yo no tenía miedo de que me tocara una teta, no sé cómo explicarles. Sólo tenía miedo de que me hiciera daño si le decía algo que no le gustaba. Porque, ¿saben qué? Es algo muy tremendo, pero hoy en día, no es descabellado que un desconocido te pegue una hostia por la calle, sin comerlo ni beberlo.
Cuando llegué a Sol, ya había gente. Mucha. Como siempre. De repente, me encuentro al guapete a mi lado. Ya había pasado un buen rato. Yo ya me había olvidado de él, ni que decir tiene. Pero se ve que él no, porque había decidido dar la vuelta y seguirme. ¿Estás sola?, me dice. Yo, lo primero, pensé que debía de ser ciego, porque a la vista estaba que sí, que estaba sola. Pero me inquietó mucho. Sonreí y aceleré el paso. Intenté desaparecer entre la gente, sin mirar atrás. Pero enseguida, me lo volví a encontrar al lado. Eres muy guapa. Sonó a amenaza. Me acojoné. El semáforo de peatones en rojo, y yo con el tío ése al lado. Crucé en plan temerario, y el tío detrás, siguiéndome a un paso de distancia. Y yo, ya a una manzana de casa, con la cabeza a mil por hora buscando alguna solución, porque este tipo se me metía en el portal, estaba claro.
Con el guapete en la chepa, me metí en la bocatería de abajo de casa, que tiene acceso al portal en la trastienda, y lo despisté.
Ustedes pensarán lo que les parezca. Yo no tenía miedo de que me tocara una teta, no sé cómo explicarles. Sólo tenía miedo de que me hiciera daño si le decía algo que no le gustaba. Porque, ¿saben qué? Es algo muy tremendo, pero hoy en día, no es descabellado que un desconocido te pegue una hostia por la calle, sin comerlo ni beberlo.
1 comentario:
Sí, la verdad es que la palabra que lo define es "miedaco"
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