Ayer fue el 70 aniversario del programa de radio que recreó La Guerra de los Mundos, y que hizo que miles de personas perdieran los papeles. Y así, pensando-pensando, me viene a la cabeza un Momentazo Vital que me gustaría compartir con ustedes.
Era septiembre, poco antes de empezar el curso. Acabábamos de mudarnos de piso y, como no había clase, pasábamos los días bebiendo cerveza, redecorando nuestra vida y, en definitiva, reforzando los pilares de nuestra joven República Independiente . Éramos felices.
Una tarde, tumbados mientras veíamos la serie de turno después de comer, se interrumpió la emisión para dar paso a un especial informativo. El presentador, con aire enigmático, explicó que se acababan de localizar varias naves espaciales tan grandes como Madrid, que se estaban colocando estratégicamente sobre diferentes ciudades del mundo. Mostraban imágenes de las naves, y un mapa que las localizaba con mucha precisión. Casi me me muero del susto.
Con un ataque de nervios que no soy capaz de describirles, me lancé hasta la ventana, convencida de que alguna de estas naves se debería ver desde allí. Miré y miré, pero nada. Después, me tiré sobre el mando a distancia y zapeé compulsivamente, buscando más información en otros canales. Nada. Vuelta a la ventana. Nada. Descolgué el teléfono y llamé inmediatamente a un amigo que trabajaba en un periódico, convencida de que él podría decirnos algo. Pero no sabía de qué coño le estábamos hablando. No me lo podía creer.
Ahí estábamos mi amiga, su novio y yo, de pie en mitad del salón, con un ataque de histeria brutal, venga a gritar "¿qué hacemos? ¿qué hacemos? ¿qué hacemos?". ¿Cómo se escapaba uno de una invasión extraterrestre global? Me puse a llorar. Estaba ACOJONADA. ¿Qué iban a hacer los extraterrestres? ¿Cómo serían? ¿Iba a volver a ver a mis padres? En ese mismo segundo, sonó el teléfono. Era mi amigo, el del periódico: lo que habíamos visto en la tele era sólo parte de la promoción de una superproducción norteamericana sobre una invasión alienígena. Acabáramos.
Sólo si usted alguna vez se ha sentido ridículo, pero profundamente profundamente ridículo, entenderá de lo que les estoy hablando. Si no, no. Pero también puedo decir con orgullo que yo sobreviví al fin del mundo, y usted no.
Era septiembre, poco antes de empezar el curso. Acabábamos de mudarnos de piso y, como no había clase, pasábamos los días bebiendo cerveza, redecorando nuestra vida y, en definitiva, reforzando los pilares de nuestra joven República Independiente . Éramos felices.
Una tarde, tumbados mientras veíamos la serie de turno después de comer, se interrumpió la emisión para dar paso a un especial informativo. El presentador, con aire enigmático, explicó que se acababan de localizar varias naves espaciales tan grandes como Madrid, que se estaban colocando estratégicamente sobre diferentes ciudades del mundo. Mostraban imágenes de las naves, y un mapa que las localizaba con mucha precisión. Casi me me muero del susto.
Con un ataque de nervios que no soy capaz de describirles, me lancé hasta la ventana, convencida de que alguna de estas naves se debería ver desde allí. Miré y miré, pero nada. Después, me tiré sobre el mando a distancia y zapeé compulsivamente, buscando más información en otros canales. Nada. Vuelta a la ventana. Nada. Descolgué el teléfono y llamé inmediatamente a un amigo que trabajaba en un periódico, convencida de que él podría decirnos algo. Pero no sabía de qué coño le estábamos hablando. No me lo podía creer.
Ahí estábamos mi amiga, su novio y yo, de pie en mitad del salón, con un ataque de histeria brutal, venga a gritar "¿qué hacemos? ¿qué hacemos? ¿qué hacemos?". ¿Cómo se escapaba uno de una invasión extraterrestre global? Me puse a llorar. Estaba ACOJONADA. ¿Qué iban a hacer los extraterrestres? ¿Cómo serían? ¿Iba a volver a ver a mis padres? En ese mismo segundo, sonó el teléfono. Era mi amigo, el del periódico: lo que habíamos visto en la tele era sólo parte de la promoción de una superproducción norteamericana sobre una invasión alienígena. Acabáramos.
Sólo si usted alguna vez se ha sentido ridículo, pero profundamente profundamente ridículo, entenderá de lo que les estoy hablando. Si no, no. Pero también puedo decir con orgullo que yo sobreviví al fin del mundo, y usted no.